La huida hacia el medievo

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Desde que el historiador Johan Huizinga escribiera su extraordinaria obra El otoño de la Edad Media, los siglos iniciales de la modernidad occidental se han convertido en lugar de tránsito y rapiña, de vacación y pastoreo, siendo así que la novela histórica actual es, principalmente, una novela sobre la oscuridad medieval, sobre los crímenes y engaños de la Iglesia de Roma, que iluminó con sus hogueras la confusión teológica de aquellos siglos. La Herejía es una obra más sobre ese afán conspiratorio atribuido a la clase eclesiástica romana, en la que no faltan víctimas descuartizadas y ese ambiente vagamente anacrónico que caracteriza al género.

En El nombre de la rosa, de Umberto Eco, ya aparecía la Física de Aristóteles como causa última, como motor inmóvil de la intriga. En esta novela, titulada originalmente Pardonnez nos offenses, también nos encontramos con la obra del griego dando pie a la lucha por el poder terrenal y la supremacía ideológica. Digamos que Aristóteles viene siendo un lugar común en este tipo de libros, pues nadie ignora que después de su redescubrimiento, el corpus aristotélico se convirtió en dogma oficial de toda la cristiandad desde el siglo XII al XVIII. O sea, que el escolasticismo fue el culpable de que Giordano Bruno, Servet y muchos otros dieran con sus huesos en la hoguera. Sin embargo, La Herejía incluye los miedos del año mil, el Apocalipsis de San Juan y un resto de paganismo céltico, matriarcal, que tiempo más tarde se transformaría en la figura arquetípica de la brujería: el aquelarre.

¿Por qué esta atención sobre el medievo, esta mirada absorta sobre unos siglos difusos, violentos, inaprehensibles? El hombre del Renacimiento, cansado de las brumas románicas y el arabesco gótico, volvió la vista hacia el mundo rectilíneo y diáfano de la Antigüedad clásica. Del mismo modo, la humanidad moderna, unificada por la tecnología y el dólar, parece haber puesto sus ojos en la peculiaridad medieval, en el sesgo nacionalista, en los feudos y cantonalismos que hacen de la diferencia un reclamo agropecuario de estirpe romántica. La novela histórica, que busca entre legajos una explicación arcana del presente, un pasado conspiratorio y revisable en el que los diferentes pueblos y religiones fueron cayendo ante la sombra omnipotente de la Iglesia de Roma.

En La Herejía hay algo de este recelo a la mundialización religiosa que supuso Roma, frente a los bandos y cancillerías de la Europa visigótica. También está, naturalmente, la lucha intelectual que tiene a Santo Tomás como principal valedor de la obra aristotélica. Así pues, La Herejía relata los orígenes del poder escolástico y la desaparición de los viejos credos heredados del Neolítico. O lo que es igual, el comienzo de la ciencia moderna. Sin embargo, el protagonista de este libro se parece más a un antropólogo marxista que a un monje de la alta Edad Media. El anacronismo es uno de los riesgos más evidentes en la novela histórica, y Romain Sardou no parece muy interesado en esquivarlo.


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